domingo, 17 de octubre de 2010

Me llamo Adriana, y os voy a contar mi historia de amor con Daniel.

Fuí un verano como otro cualquiera a un pueblecito costero, mis padres habían alquilado una casita, en parte lo hicieron porque yo me sentía muy sóla, habíamos cambiado de ciudad hace poquito, y yo tenía una gran tristeza que invadía mi corazón: no tenía amigos, tan sólo, unos pocos conocidos que hacían su vida, y que de vez en cuando ocupaban su tiempo conmigo, pero nada que ver, con las amistades de toda la vida, con las que pasábamos largas tardes al salir de clase o del trabajo charlando, riendo, gastando bromas con mucho cariño (a pesar de los embrollos que armábamos cuando nos gustaba el mismo chico, ó cuando nos enfadábamos porque no nos llamábamos en fin....esas cosas).

Pues cuando terminé el curso de la Universidad, sin apenas darme cuenta, me encontraba en un pequeño pueblo del sureste de la península, tomando el sol y bañándome en la playa. Mi finalidad primordial era matar el tiempo, y siempre me acompañaba un libro y mi música, en el fondo deseaba aislarme y renegar, de lo que creía hasta entonces, que era una penosa existencia.

El bello sol hizo su papel y me doró la piel, dándome un bronceado exquisito. Como nadar me gustaba desde siempre, aprovechaba para nadar, y aquella agua despejada y serena, moldeó mi cuerpo haciéndolo muy hermoso.

Para los últimos días de vacaciones, ya me sentía mucho mejor, estaba bella y los chicos me miraban y eso me hizo sentir más segura a cada paso que daba. Un buen día como por arte de necesidad por hacer algo con mi vida; me lancé. Yo estaba tumbada en la arena con una toalla de playa, mi música y un libro de Egipto. No esperaba nada más, pero al girar la cabeza ví a Daniel, y el también estaba tomando el sol como yo; estaba sólo.

Me dí cuenta enseguida, que él también me acababa de observar, y volví la vista al frente. En ese momento pude ver unos grupitos de personas de la tercera edad sentados en sillas con sombrillas, y pensé; es normal es una playa de ancianos.

Ante semejante panorama, volví a mirar a Daniel, ahora el estaba acostado de lado y me pareció muy hermoso.

No pensé más y me levanté para ir a bañarme, no sé por qué pero tenía la impresión de que me seguiría, y así fué, a los pocos minutos él estaba en el agua. Se acercó a mi con una amplia sonrisa y empezamos a hablar de cuál era nuestro nombre, de dónde vivíamos en fin...todo fué maravilloso.

De esta manera, empezamos a salir juntos, pero para nuestro pesar se acababan las vacaciones, y él vivía en Galicia y yo en Murcia.

Mantuvimos el contacto como pudimos, por internet, por teléfono, por carta...pero la distancia iba marcando nuestra gran pena, ya que....estábamos enamorados plenamente el uno del otro.

Yo no pude más, y le dije a Daniel que tenía un pequeño apartamento propio en el campo y puesto que Daniel no tenía trabajo, pues decidimos de forma un poco espontánea buscar trabajo en Murcia los dos.

Pasamos unos días muy felices juntos, pero el horario de él se intensificaba porque necesitábamos dinero para vivir, yo hacía lo que podía en una pequeña oficina, llevaba la contabilidad, y bueno nos costaba salir adelante. No podíamos ir a cenar fuera, ni viajar, ni tener un coche caro, no podíamos darnos caprichos. Yo caminaba los jueves a la plaza y al mercadillo y compraba lo que más o menos veía más barato.

Fueron tiempos duros, yo había estado acostumbrada a todos los caprichos que me habían dado mis padres, y pese a tener una carrera de Económicas, las prisas del amor, no me permitieron buscar un trabajo mejor.

Una tarde, él me dijo:

-Adriana, no te preocupes, todo saldrá bien y podrás encontrar un trabajo más satisfactorio. - me comentó Daniel, con carita de resignación.

-No importa Daniel, yo tenía todos los caprichos del mundo y de nada me servían no me daban la felicidad. Mi corazón lloraba porque estaba sóla, pero te conocí a tí, y sentí un profundo amor, y rebosé de emociones, las cuales nunca hubiera imaginado

-Daniel, sabes....no hubiera podido estar separada de tí más tiempo, creo que me hubiera vuelto loca. La última vez que te ví antes de vivir juntos, tengo que confesarte que...cuando volví a casa, sentí una punzada en el pecho que me otorgó el dolor más grande que he sentido nunca en mi vida. Porque por un momento me volví insegura pensé que me alejaba de tí y no sabía si tú me correspondías igual - le miró duditativa.

Recuerdo tu carita en la estación, esperando a que cogiera el tren, que me alejaba de ti, estaba solita porque mis padres se habían ido unos días antes, y bueno, hubo un momento que te ví, me pareció tan triste que te quedaras allí solito sin mí, que una nube negra entró en mi corazón cargada de agua.- le miré con todo mi amor.

- Te quiero. ¿Lo sabes, verdad?.
- Sí, y yo más que te quiero no te puedo querer.

Estuvimos abrazados toda la noche sin separar nuestros brazos, yo le rodeé con los mios por el pecho, así acostados en la cama, Daniel se quedó durmiendo placidamente.

Teníamos una felicidad, que nos amábamos sin límites, aunque el día a día a veces era duro, a pesar de que éramos jóvenes y habíamos renunciado a progresar en nuestras carreras profesionales,y no solo en el terreno profesional, en terreno personal también renunciábamos a otras aventuras amorosas. Demasiadas cosas, que no veía a cuento pensar.

Pero también pensábamos que podíamos luchar y cuando tomáramos experiencia en nuestros pésimos trabajos, podríamos alcanzar algo mejor. Nos consolábamos, pensando en ello.

Nosotros nos queríamos con dulzura, con esperanza.

Yo me levantaba temprano y le hacía un cola cao con cariño y yo me tomaba mi café después, aprovechábamos unos minutos para desayunar y mirarnos, también nos decíamos las cosas que nos preocupaban, nos dábamos ánimos y marchábamos felices y serenos.

Por las tardes, dábamos un pequeño paseo por el campo y veíamos el atardecer. Después el se ponía un rato a hacer sus cosas y yo las mías, pero esperábamos la noche con complicidad, para amarnos todas las noches de una manera tierna o de manera fogosa, no importaba, según nos apetecía, no teníamos reglas establecidas, ni pactos, sólo nuestro gran amor.



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