-"Los sureños no vienen solos – sentenció con rostro serio.
-
¿Cómo dice? – preguntaba confundida.
-
Olvídelo, hablábamos de sueños – siseaba restando importancia.
-
Pero, si no le conozco de nada. Acaba de presentarse por su cuenta – aseveraba contrariada.
-
Espera un segundo. Esto lo he vivido antes. O puede que no, humm, ¡qué
inquietante! – decía mientas miraba hacia ambos lados.
-
Parece un personaje bastante extravagante – intentaba que sonara a cumplido.
-
Aquellos eran buenos tiempos… - susurraba con aire nostálgico.
-
No entiendo…
-
Podría haber sido cantante del Cotton Club, whou, ou, ou. O trending topic en
la cuesta de enero. O inquilino de una cámara anecoica. O anuncio reputado de
un partido político, ¿o era anunciado diputado? Humm, esto lo he vivido antes…
- continuaba sin descanso.
-
Perdone, hola. Oiga estoy aquí – intentaba hacerse notar ante su total
indiferencia.
-
… o vendedor de profilácticos en un Imaginarium. O payaso paracaidista en Laos,
no espera, eso ya lo he sido. O tartazo de cumpleaños… - continuaba delirando.
-
Querrá decir tarta de cumpleaños, ¿no? – se introdujo en la conversación.
-
No, no, tartazo de cumpleaños. Lo otro no tiene mérito. ¿En qué clase de esfera
orbital recubierta de atmósfera y perceptiblemente habitable vive la gente hoy
en día? – farfullaba enfadado.
-
Bueno, yo creía que… - interrumpió cuidadosamente.
-
No, no estás en la lista – musitó.
-
¿Lista?, ¿qué lista? – preguntaba.
-
En la de “creyentes que…”, no figura. Pasa por taquilla, allí te atenderán –
aconsejaba inquieto.
-
Uff, no entiendo nada – decía totalmente desesperanzada.
-
Espera, espera… - volvía a decir.
-
Esto ya lo había vivido, ¿verdad? – creía haber entrado en su juego.
-
No, tenía una chinita en un ojo. Se llama Lia, tiene treinta y un años y es
okupa ocular. Saluda a Lia – alentaba respetuosamente.
-
Hola…
-
¿Con quién hablas? – preguntaba mirando fijamente.
-
Con su chini…
-
No veo a nadie – decía mientras empujaba a la chinita por la ventana.
-
Pobrecilla…
-
Eran tiempos duros – sentenciaba.
-
¿No me diga? – preguntaba irónicamente.
-
Trabajaba como cara C de un cassette, la ruina esperaba en cada esquina en
forma de antros de alcohol fermentado o añejo. Ah, no, eso era de un programa
de televisión. Que al final le secuestran unos traficantes de mermelada sureños
– repetía su loca retahíla.
-
Volvemos al tema del principio – captó con astucia.
-
Ah, me estabas escuchando. No lo disimules, estás locamente enamorada –
aseguraba.
-
Pero, ¿qué dice? Si usted no está en sus cabales – gritaba sonrojada.
-
No de mí, de los sureños – incurría decidido.
-
Mire, esto ya no tiene gracia. Ya que estoy condenada a encontrarme en el mismo
espacio que usted durante el tiempo que dure el trayecto, por lo menos haga que
sea lo más cómodo posible. Y si no es capaz, pues agradecería su silencio –
explicaba educadamente.
-
Maldita sea, daría mi alma arrancada en tiras para abrazarte con ellas y que mi
corazón explotara en fuegos artificiales de júbilo en cada pálpito. Y robarte
cada beso y pedir un rescate por cada uno nuevo. E imaginarte con la mirada de
unos ojos cerrados, sabiendo que te tengo delante. Y morir con cada palabra
antes de que contestes mientras aún vivo una música danzante. Maldita sea,
daría hasta los últimos pensamientos certeros – concluía sin aliento.
-
Espere, esto no lo he vivido antes…
-
Ya somos dos."
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