El tiempo pasaba deprisa, parece que no me daba tiempo a ver con claridad. Allí estabas tú mirándome, escuchándome con atención y sonreias. En el intervalo de tu sonrisa: esa sonrisa dulce y tierna que me hacías sonreir a mí, y en apenas un momento tú parabas en seco y te ponías serio, para pensar en todo lo que te decía. Era inquietante y sorprendente.
La brisa costera, el despertar de tus sentidos, mi mirada alegre, y la tuya penetrante, iluminaba la noche.
Entonces nos descubrimos hablando, riéndo, pensando, gesticulando.
Pasaban las horas, los demás permanecían medio dormidos, pasando el tiempo, pero nosotros hablábamos y hablábamos por primera vez.
Es como si la noche fuera nuestra. Y así pasaban las horas...
Y seguíamos hablando, riéndo, pensando...y haciendo que la noche brillara, con esa luna que parecía iluminar nuestros rostros.
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