Aquella bella mujer pensaba que cuando envejeciera podría sentarse en un sillón a pensar, acabaría su velada con sus nietos a su lado para darles buenos consejos y un plato de galletas, ver la tele tranquila, leer o pintar, eso imaginaba de su futuro y nada que ver con la realidad.
Sin pensarlo, poco a poco notaba que su cuerpo cambiaba, una cierta rigidez muscular, y ya apenas tenía la misma movilidad articular. Síntomas neurológicos, como perdida de memoria, muchos despistes (como ella llamaba) y algunos temblores.
Así los años trascurrían, y a pesar de la medicación, la vida continuaba con apariciencia medio normal, pero poco a poco aperecieron la ausencia de recuerdos en su mente.
Es curioso, a pesar de necesitar tanto a sus parientes, como la familia casi no iban a verla. Sí, sí, me refiero a aquella familia la cual ella pensaba que eran importantes en su vida, pero poco a poco, y conforme la enfermedad avanzaba, parecían más ausentes, pusieron distancias a los problemas.
Al final, se quedó con un reducido grupo familiar de tres hijos, de los cuales dos hijas eran su centro. Ellas si que no fallaron ni tan sólo un día de atenderla, cuidarla, pasearla, amarla. Su corazón estaba lleno de amor por su madre, y la cuidaban con el esmero que se cuida a alguien tan frágil.
Ella no envejeció pensando sus crucigramas, leyendo sus periódicos, pintando, cuidando a sus nietos (que casi no veía) pero a pesar de la limitación en sus habilidades y actividades, yo pienso que tenía lo más importante - la atención, el cuidado y un amor indescriptible: el amor que viene desde la más temprana infancia: como es la complicidad de una madre con unas hijas, la comprensión de años de familia, los momentos que ella le dedicó a sus hijas con seguridad, y e cariño....y todo eso en un cóctel explosivo de "estamos juntas para todo y d ahora nos toca a nosotras cuidarte".